Terrassa, 25 de Julio de 2009
Hoy por fin, me decido a poner en marcha
este pequeño proyecto, un viejo deseo
que desde hace algún tiempo anda rondando por mi soñadora y loca cabecita. El
día ha amanecido claro, despejado, el cielo es de un azul intenso, tan azul que
casi parece irreal, como un azul imposible. A tal encanto se le suma el sol que brilla en todo su esplendor y realza aun
más si cabe tal preciosidad, lo que hace que me anime y me sienta más
ilusionado todavía.
Un
cierto nerviosismo invade mi espíritu y mi corazón inquieto late con
fuerza, dándome energía y motivación
para rebuscar en mi ingenio, las palabras adecuadas que adornen este preámbulo.
La idea es recoger en este, (voy a
llamarle recopilatorio.) todos los poemas que he escrito; bueno mejor dicho,
los pocos que tengo guardados y aquellos
que he podido recuperar de entre el polvo de los rincones de mi memoria; pues
aunque recuerdo escribir y jugar con la composición de versos y rimas
prácticamente desde siempre, lo cierto es que desde hace bien poco, empiezo a
guardar todo lo que compongo con gran esmero, como si fueran pequeñas piezas de
un puzzle que juntas componen un gran tesoro. No cabe duda que por la inconsciencia lógica de la niñez, la
infancia y sobre todo la adolescencia, que es donde creo que empecé a
desarrollar esta afición con mayor entusiasmo
y creatividad, no me paraba a pensar en el mañana (eso que a esas edades
se ve tan lejano) y simplemente vivía el momento dejando volar mi imaginación
por entre las nubes de los sueños en el
que mi corazón, casi siempre enamorado, fantaseaba.
Muchos de aquellos primeros versos
acabaron en la basura o en las páginas de alguna vieja libreta qué a saber que
fue de ellas. Versos que no tuve el coraje de confiar a aquellas personas a las
que fueron dedicados. Y otros, que sí supe encontrar la valentía para entregarlos,
pero que de cualquier manera no
volvieron a estar jamás en mi poder. Sólo espero que aquellas personas que sí
lo recibieron, lo tengan guardados en un recoveco de su corazón, y no me refiero
exactamente a las letras, sino más bien a su esencia, de la misma manera que yo
reservo un pequeño espacio en el mío, como un pequeño lienzo en el que se han
pintando con el pincel de la subconsciencia, aquellos entrañables momentos.
No tiene nada que ver con la llamada
crisis de los 40, pues realmente me siento muy bien, tanto física como psíquicamente. Mis inquietudes, mis hobbies y mis pasiones, que hacen que
ejercite mi mente, me mantienen vivo, amparado por las maravillosas cosas que
nos ofrece la vida, como puede ser la familia, los amigos, la música, la
lectura, la poesía, o desde hace algún tiempo la pintura etc… y gracias a las
cuales alimento mi espíritu. Y físicamente ayudado por el hábito del ejercicio
y el deporte y una sana alimentación. ¿Quién dijo “Mens sana in corpore sano”?.
Incluso hay quien dice que he mejorado con los años y modestia aparte creo que
realmente no estoy mal de aspecto pues percibo que llego a despertar el interés
de otras personas, que dicho sea de paso el único lucro que un momento dado puedo sacar
de estos halagos es el engordar el ego que a veces tampoco viene mal, aunque
como es mi caso goce también de buena salud sentimental al lado de Mari Loli,
junto a la cual he encontrado el amor, el equilibrio y la serenidad que me da
calma y sosiego a mi vida. Sin embargo (volviendo a lo de los años) no es menos
cierto que habiendo superado esta edad me he vuelto más reflexivo, meditabundo
y sentimental, lo que me ocasiona ver la vida con una cierta perspectiva, donde
si bien, los sueños y proyectos son aun muy importantes, los recuerdos ya
empiezan a tener también un cierto peso en mi vida.
Supongo que parte de esta madurez viene
dada por el deterioro físico que veo en mi padre, en el que a menudo pienso.
Mis ojos se humedecen. Me avergüenzo de sentir lástima en lugar de admiración. Mi
hermana también ocupa gran parte de mi sentido.
Aunque fecho este escrito en Terrassa,
verdaderamente donde estoy es el coche número 1 del tren Alvia con destino a Palencia. Voy pasando por tierras de Navarra y estoy
recordando que en una ocasión leí que alguien decía que la vida es como un
viaje en tren, llena de embarques y desembarques, de pequeños accidentes en el
camino, de sorpresas agradables, de alertas falsas y verdaderas, con subidas y
bajadas tristes y subidas y bajadas alegres…
Me encuentro mirando por la ventanilla.
Nos hemos detenido en la estación de Vitoria. Se ve mucho ajetreo de gentes en
el andén. Unos suben, otros se bajan. Unos se besan y abrazan felices de encontrarse,
otros se besan, se abrazan y lloran despidiéndose. Miro sus caras radiantes o
llorosas según el caso y pienso: ¿Qué historias guardaran cada una de ellas?...
Nos ponemos en marcha y siguen agitando sus manos en un adiós cada vez más
lejano e intenso.
Los edificios empiezan a pasar cada vez
más rápido y multitud de postes van desfilando delante de mí como si fueran un
código de barras en los que estuvieran escaneadas las historias de miles de
personas que desde tiempos remotos han
pasado por estos lugares. Enseguida se divisan los hermosos paisajes de esta
preciosa tierra. A duras penas da tiempo a apreciar la belleza de los árboles
que pasan velozmente, al igual que los campos de rastrojos y girasoles. Las
casitas de los pequeños pueblos pasan de igual forma. A una velocidad
vertiginosa. Se me antoja que como la vida misma. Descanso la mirada en la
lejanía de las montañas que se mueven más lentamente y aprovecho para
concentrar mi pensamiento en mi tierra, en mi pueblo y en mis gentes, ya que hoy
es el patrón de Galicia, Santiago Apóstol. Cierro los ojos y veo mi vieja casa,
mis amigos, mis vecinos… La nostalgia se apodera de mi conciencia. Una extraña
sensación, entre la tristeza y la felicidad invade mi alma. Una sensación que
me transporta en el tiempo y que me hace sentir muy bien. Un frenazo un tanto
brusco me desciende de esta especie de quimera, al detenernos en Miranda del
Ebro. Sube una pareja con una niña de unos 7 ó 8 años. Se sientan justo en la fila de butacas del otro lado. La niña se ha puesto enfrente por lo que embelesado
observo su bonita cara. Tiene una melenita castaña y unos preciosos ojos
verdes. Le guiño un ojo sonriendo. Me devuelve la sonrisa tímidamente. Me
cautiva, me conquista y me dan ganas de levantarme y darle un achuchón y comerla
a besos. Mira a sus padres y veo que mueve los labios. No escucho nada. Estoy
aislado del mundo, absorto en mis paranoias y deleitándome con la exquisita voz
de Vega en mis auriculares: “Por si un
día decides que aquello valió la pena”. Ella me mira de nuevo con sus preciosos ojos. Unos ojos bellos y profundos, en los que imagino un signo de interrogación
dibujado en su mirada intrigante, como preguntándose: ¿Qué estará pensando este
flipado? ¿Que anotará en ese cuaderno?
Ya debe faltar poco para que termine mi
viaje. Este viaje. Apenas 2 horas. Prácticamente lo justo para terminar esta
especie de carta o epístola, o no sé què. Porque no sé muy bien a quien se lo
estoy escribiendo. Bueno, en principio es para mí mismo. Para ese mañana que
cada vez acude más a menudo a mi memoria. Para ese mañana que poco a poco voy
preparando. Con el que quiero sentirme activo, vivo, afanoso y verme como un aprendiz y sin perder nunca esta ambición
soñadora. Para recordar en versos algunos de los capítulos más importantes de
mí historia. Para ese mañana en el que hay una parte que me espanta. No a la
vejez, no. Ni siquiera a la muerte. O a cualquier enfermedad, digamos
convencional. Si no, a ese mal maldito, valga la redundancia, que destruye los
recuerdos, como una goma de borrar deshace un precioso dibujo hecho a lápiz.
Ese trastorno del que sospecho, que desgraciadamente soy o puedo ser heredero genético. Sí, lo
confieso, solo la idea me aterra. Decía Paul
Geraldy: “Llegará un día en que los recuerdos serán nuestra mayor riqueza”.
Por lo que pasar los últimos días de mi vida sin recuerdos, sin conocer a mi
familia y sin saber ni siquiera quien soy yo, me parece lo más triste que me
puede ocurrir. Espero que si realmente llega ese momento, el destino me lo
tenga reservado lo más lejos posible en el tiempo. Que pueda leer durante
muchos años estos pensamientos, aunque
sea con manos temblorosas y poca luz en mis ojos, y sobre todo con cierto entendimiento.
El viaje ya llegue a su fin pero antes de
terminar me creo en la obligación de dedicar “esto” a Mari Loli. A mi mujer, mi
amiga, mi compañera, mi amante... A esa mujer que la fortuna puso en mi camino.
A esa mujer que me ha dado y me da tanto amor. Con la que he encontrado la paz
y la serenidad desde la cual escribo. En la que siempre encuentro consuelo para
los malos momentos. La que siempre me apoya en todas mis decisiones y me anima
en todo lo que me propongo. A esa mujer que en gran medida es responsable de
todo esto, puesto que es mi mayor fuente de inspiración. A ella, a la que tanto
debo. A la que amo.
Miro el indicador luminoso que me informa
que la próxima parada es dentro de 23 minutos en Palencia. La temperatura exterior
es de 29 grados. Miro la hermosa niña de los ojos verdes. Va durmiendo. Lo
mismo que su padre. Mientras su madre va leyendo un libro. No parece, por su despreocupación,
que se vayan a bajar aquí. Cierro ya mi cuaderno. Hago lo mismo con mis ojos mientras
Julio me acompaña en los últimos kilómetros: “La vida se hace siempre de
momentos, de cosas que no sueles valorar, y luego cuando pierdes, es cuando al
fin te das cuenta que el tiempo no te deja regresar”.
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