... como pequeñas piezas de un puzzle
que juntas componen un gran tesoro.

domingo, 28 de abril de 2013

A modo de prólogo


                                                                     
Terrassa, 25 de Julio de 2009

Hoy por fin, me decido a poner en marcha este  pequeño proyecto, un viejo deseo que desde hace algún tiempo anda rondando por mi soñadora y loca cabecita. El día ha amanecido claro, despejado, el cielo es de un azul intenso, tan azul que casi parece irreal, como un azul imposible. A tal encanto se le suma el sol  que brilla en todo su esplendor y realza aun más si cabe tal preciosidad, lo que hace que me anime y me sienta más ilusionado todavía.
Un  cierto nerviosismo invade mi espíritu y mi corazón inquieto late con fuerza, dándome energía  y motivación para rebuscar en mi ingenio, las palabras adecuadas que adornen este preámbulo.
La idea es recoger en este, (voy a llamarle recopilatorio.) todos los poemas que he escrito; bueno mejor dicho, los pocos que tengo guardados  y aquellos que he podido recuperar de entre el polvo de los rincones de mi memoria; pues aunque recuerdo escribir y jugar con la composición de versos y rimas prácticamente desde siempre, lo cierto es que desde hace bien poco, empiezo a guardar todo lo que compongo con gran esmero, como si fueran pequeñas piezas de un puzzle que juntas componen un gran tesoro. No cabe duda que  por la inconsciencia lógica de la niñez, la infancia y sobre todo la adolescencia, que es donde creo que empecé a desarrollar esta afición con mayor entusiasmo  y creatividad, no me paraba a pensar en el mañana (eso que a esas edades se ve tan lejano) y simplemente vivía el momento dejando volar mi imaginación por entre las nubes de los sueños  en el que mi corazón, casi siempre enamorado, fantaseaba.
Muchos de aquellos primeros versos acabaron en la basura o en las páginas de alguna vieja libreta qué a saber que fue de ellas. Versos que no tuve el coraje de confiar a aquellas personas a las que fueron dedicados. Y otros, que sí supe encontrar la valentía para entregarlos, pero  que de cualquier manera no volvieron a estar jamás en mi poder. Sólo espero que aquellas personas que sí lo recibieron, lo tengan guardados en un recoveco de su corazón, y no me refiero exactamente a las letras, sino más bien a su esencia, de la misma manera que yo reservo un pequeño espacio en el mío, como un pequeño lienzo en el que se han pintando con el pincel de la subconsciencia, aquellos entrañables momentos.
No tiene nada que ver con la llamada crisis de los 40, pues realmente me siento muy bien, tanto física como psíquicamente. Mis inquietudes, mis hobbies y mis pasiones, que hacen que ejercite mi mente, me mantienen vivo, amparado por las maravillosas cosas que nos ofrece la vida, como puede ser la familia, los amigos, la música, la lectura, la poesía, o desde hace algún tiempo la pintura etc… y gracias a las cuales alimento mi espíritu. Y físicamente ayudado por el hábito del ejercicio y el deporte y una sana alimentación. ¿Quién dijo “Mens sana in corpore sano”?. Incluso hay quien dice que he mejorado con los años y modestia aparte creo que realmente no estoy mal de aspecto pues percibo que llego a despertar el interés de otras personas, que dicho sea de paso  el único lucro que un momento dado puedo sacar de estos halagos es el engordar el ego que a veces tampoco viene mal, aunque como es mi caso goce también de buena salud sentimental al lado de Mari Loli, junto a la cual he encontrado el amor, el equilibrio y la serenidad que me da calma y sosiego a mi vida. Sin embargo (volviendo a lo de los años) no es menos cierto que habiendo superado esta edad me he vuelto más reflexivo, meditabundo y sentimental, lo que me ocasiona ver la vida con una cierta perspectiva, donde si bien, los sueños y proyectos son aun muy importantes, los recuerdos ya empiezan a tener también un cierto peso en mi vida.
Supongo que parte de esta madurez viene dada por el deterioro físico que veo en mi padre, en el que a menudo pienso. Mis ojos se humedecen. Me avergüenzo de sentir lástima en lugar de admiración. Mi hermana también ocupa gran parte de mi sentido.

Aunque fecho este escrito en Terrassa, verdaderamente donde estoy es el coche número 1 del tren Alvia  con destino a Palencia. Voy  pasando por tierras de Navarra y estoy recordando que en una ocasión leí que alguien decía que la vida es como un viaje en tren, llena de embarques y desembarques, de pequeños accidentes en el camino, de sorpresas agradables, de alertas falsas y verdaderas, con subidas y bajadas tristes y subidas y bajadas alegres…
Me encuentro mirando por la ventanilla. Nos hemos detenido en la estación de Vitoria. Se ve mucho ajetreo de gentes en el andén. Unos suben, otros se bajan. Unos se besan y abrazan felices de encontrarse, otros se besan, se abrazan y lloran despidiéndose. Miro sus caras radiantes o llorosas según el caso y pienso: ¿Qué historias guardaran cada una de ellas?... Nos ponemos en marcha y siguen agitando sus manos en un adiós cada vez más lejano e intenso.
Los edificios empiezan a pasar cada vez más rápido y multitud de postes van desfilando delante de mí como si fueran un código de barras en los que estuvieran escaneadas las historias de miles de personas que desde tiempos remotos  han pasado por estos lugares. Enseguida se divisan los hermosos paisajes de esta preciosa tierra. A duras penas da tiempo a apreciar la belleza de los árboles que pasan velozmente, al igual que los campos de rastrojos y girasoles. Las casitas de los pequeños pueblos pasan de igual forma. A una velocidad vertiginosa. Se me antoja que como la vida misma. Descanso la mirada en la lejanía de las montañas que se mueven más lentamente y aprovecho para concentrar mi pensamiento en mi tierra, en mi pueblo y en mis gentes, ya que hoy es el patrón de Galicia, Santiago Apóstol. Cierro los ojos y veo mi vieja casa, mis amigos, mis vecinos… La nostalgia se apodera de mi conciencia. Una extraña sensación, entre la tristeza y la felicidad invade mi alma. Una sensación que me transporta en el tiempo y que me hace sentir muy bien. Un frenazo un tanto brusco me desciende de esta especie de quimera, al detenernos en Miranda del Ebro. Sube una pareja con una niña de unos 7 ó 8 años. Se sientan justo en la fila de butacas del otro lado. La niña se ha puesto enfrente por lo que embelesado observo su bonita cara. Tiene una melenita castaña y unos preciosos ojos verdes. Le guiño un ojo sonriendo. Me devuelve la sonrisa tímidamente. Me cautiva, me conquista y me dan ganas de levantarme y darle un achuchón y comerla a besos. Mira a sus padres y veo que mueve los labios. No escucho nada. Estoy aislado del mundo, absorto en mis paranoias y deleitándome con la exquisita voz de Vega en mis auriculares: “Por si un día decides que aquello valió la pena”. Ella me mira de nuevo con sus preciosos ojos. Unos ojos bellos y profundos, en los que imagino un signo de interrogación dibujado en su mirada intrigante, como preguntándose: ¿Qué estará pensando este flipado? ¿Que anotará en ese cuaderno?
Ya debe faltar poco para que termine mi viaje. Este viaje. Apenas 2 horas. Prácticamente lo justo para terminar esta especie de carta o epístola, o no sé què. Porque no sé muy bien a quien se lo estoy escribiendo. Bueno, en principio es para mí mismo. Para ese mañana que cada vez acude más a menudo a mi memoria. Para ese mañana que poco a poco voy preparando. Con el que quiero sentirme activo, vivo, afanoso y verme  como un aprendiz y sin perder nunca esta ambición soñadora. Para recordar en versos algunos de los capítulos más importantes de mí historia. Para ese mañana en el que hay una parte que me espanta. No a la vejez, no. Ni siquiera a la muerte. O a cualquier enfermedad, digamos convencional. Si no, a ese mal maldito, valga la redundancia, que destruye los recuerdos, como una goma de borrar deshace un precioso dibujo hecho a lápiz. Ese trastorno del que sospecho, que desgraciadamente soy  o puedo ser heredero genético. Sí, lo confieso, solo la idea  me aterra. Decía Paul Geraldy: “Llegará un día en que  los recuerdos serán nuestra mayor riqueza”. Por lo que pasar los últimos días de mi vida sin recuerdos, sin conocer a mi familia y sin saber ni siquiera quien soy yo, me parece lo más triste que me puede ocurrir. Espero que si realmente llega ese momento, el destino me lo tenga reservado lo más lejos posible en el tiempo. Que pueda leer durante muchos años estos pensamientos,  aunque sea con manos temblorosas y poca luz en mis ojos, y sobre todo con cierto entendimiento.

El viaje ya llegue a su fin pero antes de terminar me creo en la obligación de dedicar “esto” a Mari Loli. A mi mujer, mi amiga, mi compañera, mi amante... A esa mujer que la fortuna puso en mi camino. A esa mujer que me ha dado y me da tanto amor. Con la que he encontrado la paz y la serenidad desde la cual escribo. En la que siempre encuentro consuelo para los malos momentos. La que siempre me apoya en todas mis decisiones y me anima en todo lo que me propongo. A esa mujer que en gran medida es responsable de todo esto, puesto que es mi mayor fuente de inspiración. A ella, a la que tanto debo. A la que amo.

Miro el indicador luminoso que me informa que la próxima parada es dentro de 23 minutos en Palencia. La temperatura exterior es de 29 grados. Miro la hermosa niña de los ojos verdes. Va durmiendo. Lo mismo que su padre. Mientras su madre va leyendo un libro. No parece, por su despreocupación, que se vayan a bajar aquí. Cierro ya mi cuaderno. Hago lo mismo con mis ojos mientras Julio me acompaña en los últimos kilómetros: “La  vida se hace siempre de momentos, de cosas que no sueles valorar, y luego cuando pierdes, es cuando al fin te das cuenta que el tiempo no te deja regresar”.


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