No había duda... era él mismo, el personaje de aquel
cuadro. Se frotó los ojos en un intento de escapar de su delirio, pero no, allí
seguía… ¡Rafael! Vestido con el atuendo y los utensilios de cazador, estaba de
pie majestuosamente con el brazo derecho apoyado en la escopeta, como si fuera
un bastón. Desde todos los puntos del salón le observaba con una leve sonrisa,
como burlándose de su desconcierto. Su mano izquierda descansaba un tanto
chulesca en la canana, de la cual colgaban dos conejos y una perdiz. Justo a su
lado, Sultán, su perro. ¡No lo podía creer! En la parte inferior izquierda
firmaba: Elena N. Preso de ira, cogió uno de los jarrones y lo estrelló con
rabia contra el cuadro justo en el momento que oyó el ruido de un coche que se
debía acercar a la zona. Salió rápidamente al exterior y se escondió entre la
maleza del jardín. El sol empezaba a calentar con un poco de fuerza. Un
vehículo con la radio a todo volumen se acercaba hacia la casa y se paró justo
al lado del porche. Salieron disparados un hombre, una mujer y un niño de unos
ocho años, en dirección a la ventana destrozada.
— Llamaré a la policía— decía el hombre, mientras la
que debía ser su esposa abría la puerta y se introducía en el interior de la casa.
— Hola buenos días…sí llamaba para denunciar un robo.
— Aguantaba un pequeño aparato a modo de teléfono.
Entonces apareció el niño gritando: —Papá, papá, han
roto el retrato del abuelo, pero no se han llevado nada.
Seguidamente salió ella llorando histéricamente y
diciendo: — ¿Quién ha podido hacer esto?
Se abrazó a su marido que intentaba consolarla
acariciándole el pelo.
— Pronto vendrá la policía y ya veremos que nos
dicen. Intenta tranquilizarte, Elena, mi amor, no te preocupes.
— Mamá, no llores — decía el niño llorando a s u vez.
¡Cielo santo! ¡Acababa de entenderlo! Se levantó bruscamente.
Salió de su escondite y corrió en dirección a ellos. Tenía que contarles lo que
había ocurrido. Comenzó a llamarlos pero no le hacían caso. Agitando con fuerza
los brazos intentaba reclamar su atención. Ni caso.
— Entremos, tomaremos algo a ver si nos serenado un
poco.
Con lágrimas en los ojos, comprendiendo todo lo que
había pasado, la miraba a ella. Era ella. Vio el sufrimiento en sus preciosos ojos,
en su cara. Entonces notó como sus heridas iban desapareciendo. Ya no había
dolor. Dolor físico, al menos. Delante de él, se abrió un camino entre los arbustos
iluminado por una fuerte luz y al fondo, en el horizonte, un gran resplandor.
Sí, lo entendió todo. Por fin. Entonces comenzó a caminar hacia la luz,
llorando, mientras la radio del coche continuaba sonando cada vez más lejos: — ¡Buenos
días! Son las 11 de la mañana de hoy domingo 29 de junio de 2008 . Empezamos el
informativo ...
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