Las luces le cegaban, le quemaban los pensamientos. Seguramente
por un instinto de supervivencia, o una especie de acto reflejo, sus brazos dieron
un brusco volantazo hacia la izquierda. El vehículo hizo un estruendo enorme al
estrellarse contra el guarda rail y arrancarlo, llevándoselo por delante y
precipitándose al barranco. Sintió un gran impacto en la cabeza, y medio mareado
y aturdido, notó que ésta le daba infinidad de vueltas. Con todo el cuerpo
magullado y a merced de las innumerables y aleatorias vueltas que daba el
coche, como si fuera un muñeco roto, se iba dando golpes
por todas partes. Casi como en una
sensación de alivio, salió disparado por una de las ventanas, dio unas cuantas
volteretas sobre aquel terreno tan abrupto y recibió más golpes todavía.
Finalmente su cuerpo inerte se detuvo al final de una pendiente. Tenía en la
boca el sabor de la sangre. Todos los huesos le dolían. Intentó levantarse,
pero era incapaz de moverse. La cabeza parecía que le iba a estallar. El fuerte
dolor hacía que se sintiera mareado y una sensación de sueño se iba apoderando
poco a poco de su conciencia. No quería dormirse. Quería estar alerta por si
pasaba alguien y así pedir ayuda... Pero, si pasaba alguien, ¿por dónde? No
sabía dónde estaba, pero se imaginaba que difícilmente pasaría alguien por allí
y menos a aquellas horas. No podía pensar con claridad. Cada vez se sentía más
cansado y tenía más sueño, y ya prácticamente desesperanzado se abandonaba resignado
a su destino. Oía el resoplar del viento y como rugía alguna alimaña que
poco a poco se perdía en la lejanía. Mientras
tanto, sueño, sueño, mucho sueño...
Le despertó el ruido de truenos y relámpagos. Todavía
era de noche. El dolor se había calmado. Una sensación extraña le invadía la cabeza.
¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí? ¿Cuántas horas? ¿o días, quizá? La lluvia
sobre su cara le animó por fin a incorporarse. Después de un poco de forcejeo,
consiguió deshacerse de ramajes y arbustos que le mantenían como preso. Cojeando, comenzó a caminar con dificultad. Empapado,
sudoroso, aturdido...Pensaba: “¿Cómo es que hace tanto calor?” No era normal en aquella época. En realidad, nada
era normal.
No es que pasara a menudo por allí, pero aun así el
paisaje no sólo le parecía desconocido, era extraño. Empezaba a hacerse de día
y pronto llegó a un camino. A pocos metros se vislumbraba una casa. Se dirigió
decidido hacia ella para pedir ayuda y sobre todo para avisar a su familia. ¡Debían
estar muy preocupados! Bordeó el edificio. Por el otro lado se divisaba una
carretera asfaltada que nunca antes había visto. A pesar de la hora que era, hizo sonar
el timbre con insistencia y, viendo que nadie contestaba, comenzó a aporrear la puerta desesperado. De nuevo silencio.
Miró por la ventana que daba al porche y entre las rendijas de la persiana
vislumbró un amplio salón y en un rincón de éste ¡un teléfono! No dudó ni un instante, cogió una azada del jardín y en pocos segundos destrozó la ventana. Se coló
dentro con una cierta destreza y tembloroso cogió el teléfono. Con auténtica
furia lo estrelló contra el suelo, después de comprobar que no tenía línea. Con
el fin de tranquilizarse comenzó a examinar el lugar. Un mobiliario rústico y
de buen gusto contrastaba con las paredes recargadas de multitud de cuadros. Llamaba
la atención el exceso de lienzos, que apenas
dejaban entrever el color de las paredes. La mayoría representaban escenas
campestres y relacionadas con el mundo de la caza. De repente, su mirada
incrédula se clavó en uno de ellos. ¡No podía ser! ¿Se estaba volviendo loco? En el extremo derecho,
una chimenea de piedra parecía presidir la sala. En la cornisa había dos
jarrones de barro, uno en cada extremo, y en el centro descansaba una escopeta
de caza idéntica a la suya, pero un tanto envejecida. Y justo encima... ¿Cómo
podía ser? Aquel cuadro era...¡Un retrato suyo! ¿Cómo era posible?...
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