... como pequeñas piezas de un puzzle
que juntas componen un gran tesoro.

martes, 6 de mayo de 2014

El Retrato (2ª parte)


Las luces le cegaban, le quemaban los pensamientos. Seguramente por un instinto de supervivencia, o una especie de acto reflejo, sus brazos dieron un brusco volantazo hacia la izquierda. El vehículo hizo un estruendo enorme al estrellarse contra el guarda rail y arrancarlo, llevándoselo por delante y precipitándose al barranco. Sintió un gran impacto en la cabeza, y medio mareado y aturdido, notó que ésta le daba infinidad de vueltas. Con todo el cuerpo magullado y a merced de las innumerables y aleatorias vueltas que daba el coche, como si fuera un muñeco roto, se iba dando golpes por todas partes. Casi como en  una sensación de alivio, salió disparado por una de las ventanas, dio unas cuantas volteretas sobre aquel terreno tan abrupto y recibió más golpes todavía. Finalmente su cuerpo inerte se detuvo al final de una pendiente. Tenía en la boca el sabor de la sangre. Todos los huesos le dolían. Intentó levantarse, pero era incapaz de moverse. La cabeza parecía que le iba a estallar. El fuerte dolor hacía que se sintiera mareado y una sensación de sueño se iba apoderando poco a poco de su conciencia. No quería dormirse. Quería estar alerta por si pasaba alguien y así pedir ayuda... Pero, si pasaba alguien, ¿por dónde? No sabía dónde estaba, pero se imaginaba que difícilmente pasaría alguien por allí y menos a aquellas horas. No podía pensar con claridad. Cada vez se sentía más cansado y tenía más sueño, y ya prácticamente desesperanzado se abandonaba resignado a su destino. Oía el resoplar del viento y como rugía alguna alimaña que poco  a poco se perdía en la lejanía. Mientras tanto, sueño, sueño, mucho sueño...

Le despertó el ruido de truenos y relámpagos. Todavía era de noche. El dolor se había calmado. Una sensación extraña le invadía la cabeza. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí? ¿Cuántas horas? ¿o días, quizá? La lluvia sobre su cara le animó por fin a incorporarse. Después de un poco de forcejeo, consiguió deshacerse de ramajes y arbustos que le mantenían como preso.  Cojeando, comenzó a caminar con dificultad. Empapado, sudoroso, aturdido...Pensaba: “¿Cómo es que hace tanto calor?”  No era normal en aquella época. En realidad, nada era normal. 

No es que pasara a menudo por allí, pero aun así el paisaje no sólo le parecía desconocido, era extraño. Empezaba a hacerse de día y pronto llegó a un camino. A pocos metros se vislumbraba una casa. Se dirigió decidido hacia ella para pedir ayuda y sobre todo para avisar a su familia. ¡Debían estar muy preocupados! Bordeó el edificio. Por el otro lado se divisaba una carretera asfaltada que nunca antes había visto. A pesar de la hora que era, hizo sonar el timbre con insistencia y, viendo que nadie contestaba, comenzó a aporrear la puerta desesperado. De nuevo silencio. Miró por la ventana que daba al porche y entre las rendijas de la persiana vislumbró un amplio salón y en un rincón de éste ¡un teléfono! No dudó ni un instante, cogió una azada del jardín y en pocos segundos destrozó la ventana. Se coló dentro con una cierta destreza y tembloroso cogió el teléfono. Con auténtica furia lo estrelló contra el suelo, después de comprobar que no tenía línea. Con el fin de tranquilizarse comenzó a examinar el lugar. Un mobiliario rústico y de buen gusto contrastaba con las paredes recargadas de multitud de cuadros. Llamaba la atención el exceso de lienzos, que apenas dejaban entrever el color de las paredes. La mayoría representaban escenas campestres y relacionadas con el mundo de la caza. De repente, su mirada incrédula se clavó en uno de ellos. ¡No podía ser!  ¿Se estaba volviendo loco? En el extremo derecho, una chimenea de piedra parecía presidir la sala. En la cornisa había dos jarrones de barro, uno en cada extremo, y en el centro descansaba una escopeta de caza idéntica a la suya, pero un tanto envejecida. Y justo encima... ¿Cómo podía ser?  Aquel cuadro era...¡Un retrato suyo! ¿Cómo era posible?...

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