... como pequeñas piezas de un puzzle
que juntas componen un gran tesoro.

jueves, 24 de octubre de 2013

Otoño


Hoy me he despertado muy temprano. Me he despertado, sin saber muy bien porqué, un tanto melancólico. Con el recuerdo de la puesta de sol de hace unos días. He recordado como el ocaso iba adquiriendo poco a poco unos colores muy hermosos. Colores de diferentes tonalidades: entre el dorado, naranja, el sepia...hasta llegar al blanco y negro. Todo ello mezclándose en una perfecta comunión en el horizonte con los ocres y lilas que el día fue dejando en su desvanecerse, en el cielo. Por si esto fuera poco, según se iba oscureciendo, las ventanas de las pocas casas que tienen vida, se iluminaban unas trás de otras, convirtiéndose tal belleza en una auténtica maravilla.
Decidí levantarme y hacer frente a mi añoranza. Encendí el horno, preparé pan caliente y me hice un té. La cocina se impregnó de un agradable olor. Mientras mordía el crujiente pan untado de mantequilla y mermelada, observé por la ventana que el día era gris y lluvioso. Algunas chimeneas de las casas vecinas empezaban a tomar vida. Me sentí extraño conmigo mismo. Con un cierto deseo de salir a caminar. Como cuando era adolescente y dejaba volar mi imaginación. Siempre que tenía algún problema, o me encontraba ante ialguna dificultad, salía a caminar. A soñar. A volar. Me vestí con ropa de abrigo y salí a la calle. De alguna manera lo necesitaba.
Enseguida sali del pueblo. No me crucé con nadie. Como cuando era niño. Tomé ese mismo camino. Como cuando era niño. Una extraña sensación, entre la tristeza y la felicidad invadía mi alma. Una sensación que me transporta en el tiempo y que me hace sentir muy bien. Camino un poco encorvado sorteando las ráfagas de aire incontroladas. Entonces, sonrío mientras veo como las ramas, ya casi desnudas, se van desprendiendo de las hojas, al mismo tiempo que me coloco bien la bufanda. Piso con suavidad la alfombra de hojas secas. El crujido que hacen al pisarlas, el soplar del viento y mi respiración agitada, producen una música muy agradable a mis oídos, que acompaña mi caminar. El viento al principio, es una suave brisa, más tarde sopla con fuerza y ​​barre inclemente, el blando tapiz de hojas, hojas que nunca volverán... Empieza a llover y decido volver a casa. La lluvia y el viento se alían para hacerme más duro el regreso. Pero lo que no saben ellos es que me gusta. Me gusta sentir el azote de este frío en mi cara. Mis ojos están llorosos, no sé muy bien si por el frío o por esta mezcla de sentimientos que inundan mi alma. La lluvia es cada vez más intensa. Los árboles lloran y se estremecen. El olor a tierra mojada es ahora mucho más intenso. El camino dibuja surcos como pequeños riachuelos, riachuelos que desaparecen en los bordes del camino, riachuelos que nunca volverán...
Ya me estoy acercando a la aldea. Mis pasos van al compás de la humareda que me sale por la boca, como haciendo juego con las casas humeantes. Ya estoy llegando. Sigo sin ver a nadie. Entro en casa. No sé qué hora es. Estoy empapado, pero sin embargo me meto en mi habitación. Abro mi cuaderno y empiezo a escribir. Contento, melancólico, feliz ... Sí, lo tengo claro. Es por todo ello, que me gusta el otoño.







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