Son las 8:30. Por la ventana de mi cuarto veo que empieza a amanecer. Aquí todo pasa muy lentamente, incluso el día llega más tarde. Está nublado. Hay varios tipos de nubes, de diferentes colores y tonalidades, que conforman un bello tapiz, un tapiz celestial. Escucho cantar los pájaros junto con el bufar del viento; su canto se escucha alegre a pesar del mal tiempo..."¿cantan porqué son felices, o son felices porqué cantan?" -se preguntó algún filósofo. Mientras los perros de la casa vecina no paran de ladrar, algún gallo también empieza a llamar al día, como queriendo despertarlo. Ya se empieza a ver la luz del día; desdes mi cama observo como de entre las ramas del agitado nogal se vislumbra la torre de la iglesia; y un poco más arriba la pista que sorteando el quemado monte lleva al cementerio. Escucho un ruido de una azada o alguna otra herramienta de este tipo en la calle de abajo; supongo que es Juan limpiando las malas hierbas de la entrada de la vieja bodega. Me levanto y preparo la cafetera. Salgo al porche. Hace frío. Me recompongo el jersei de cuello alto que llevó encima del pijama, mientras saboreo el delicioso y humeante café con leche de la taza que acaricio con la punta de mis dedos, que tímidamente asoman de entre las mangas de mi jersei. Me apoyo en el quicio de la puerta y miro el viejo y ahumado techo. A través de alguna pizarra se ve la claridad del día. Son rendijas por las que se cuelan algunas goteras, rendijas por las que se cuelan algunos recuerdos, muchos recuerdos....Hoy vuelvo a Catalunya, a Terrassa, a mi querido hogar actual. Estoy feliz. Ha sido una semana muy bien aprovechada. Hemos trabajado mucho -gracias Juan-, pero ha válido la pena. Sí, estoy muy feliz...El proceso de restauración de mi vieja casa ya está en marcha, supongo que también el proceso de restauración de mis viejas heridas: estas fisuras del alma que cuestan más de reparar.
Entro en casa y empiezo a preparar la bolsa de viaje, ¿porqué será que ahora le veo más espacio?
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